La poesía también es sencilla
En los primeros años de instituto nos hacen estudiar a poetas complicados y entramos en contacto con un tipo de poesía cargada de recursos estilísticos como los de los poetas del siglo de oro. Se nos presentan poesías indescifrables del barroco como es el caso de ciertas poesías oscuras de Góngora o Quevedo. Este primer contacto no es muy satisfactorio y la mayoría de los estudiantes comienza a odiar la poesía.
En un segundo contacto nos presentan poesía vanguardista o indagando más en la actualidad (para ver si así llaman nuestra atención mediante el atractivo de la proximidad) nos muestran alguna poesía de autores poco conocidos para nuestros oídos. Sea cual sea el profesor no da casi nunca en el clavo y el estudiante tiende a seguir odiando la poesía en general (a excepción de algún apasionado y romántico).
Uno de los causantes de esta decepción es la complejidad con la que parece que nos topamos al leer poesía.
En un primer momento nos hacen analizar minuciosamente alguna poesía de Góngora intentando descubrir la interpretación más acertada. En el proceso de búsqueda el estudiante se cansa y se agota dando por imposible el entendimiento de la misma. En la poesía moderna nos ocurre más o menos lo mismo ya que nos topamos con frases tan abstractas e imágenes tan complejas que el estudiante vuelve a caer en el mismo estado de “schock” y de incomprensión.
De ahí que se tiende a considerar la poesía o al menos la buena poesía como algo complejo, inalcanzable e incomprensible.
Yo he sufrido ambos contactos pero debido a mi carrera no he podido evitarla sino todo lo contrario. Aún así pocas veces he podido observar poemas con un lenguaje sencillo y con ideas claras.
Este verano me quedé totalmente absorta cuando en un pueblecito apartado casi de la civilización, en una humilde celebración para elegir al “viejo” más venerable del pueblo, escuche una poesía que le dedicaba una hija a su padre:
EL AGRICULTOR
¿Veis ese hombre, que al despuntar el día
Con el canto de los pájaros despierta
Y al despuntar el sol por el oriente
Cruje el machete sobre la dura tierra?
Es el agricultor, el hombre rudo
Que en nuestros campos vio la luz primera
Y enamorado de la tierra hermosa
Hizo de ella su hogar para quererla
Allí aprendió del viento y de las nubes
Del sol, del agua y las estrellas
Las cosas que en los libros no vio escritas
Porque si apenas pudo ir a la escuela.
Con sus duras manazas de labriego
La casa construyó en una ladera
Y en el botey de rosas florecido
Platicó con su dulce compañera.
Allí luego, sus hijos y sus nietos
Crecieron y jugaron por la vega
Allí se hicieron hombres y aprendieron
A labrarla, a cuidarla y a quererla.
Así por largos días y por años
Regó con el sudor la amada tierra
Y mientras la semilla germinaba
Sobre el surco inclinaba la cabeza.
Ese labriego por el sol quemado
Es el alma y la sabia de esta tierra
Porque nació de ella enamorado
Y luchó aquí para quedarse en ella.
A parte del amor con el que está escrita y del momento tan fabuloso que su hija eligió para honrar a su padre es una poesía sencilla y bella como las haya. No tan meditada como las de Góngora pero estoy segura que habrá llegado a muchos más e incluso habrá incitado a algunos a escribir poesía y a entrar en contacto con ella como me hizo sentir a mí en ese momento.