5/27/2008

Cien años de soledad

La capacidad de plantearse el equívoco en nuestras creencias u opiniones es fundamental para poder recapacitar sobre lo dicho y admitir nuestro error o consolidar nuestra posición. Dudar de uno mismo es un lujo y por lo menos, en lo que se refiere a la literatura intento aprovecharlo.
Hace tres o cuatro veranos me leí Cien años de soledad, la obra maestra del colombiano Gabriel García Márquez y recuerdo que acabé detestándola. Reconozco que sus páginas me las metía con calzador entre la siesta y las tardes ociosas de piscina y mi único deseo era terminarla cuanto antes. Ni siquiera me impactó el final o por lo menos no lo recordaba, a pesar de la conexión y lógica que tienen todas las obras de Márquez.
En realidad, la literatura como arte es cuestión de gustos pero si alguien que aprecias o distingues precisamente por su gusto literario te habla bien de una obra que a ti no te atrae lo más mínimo, empiezas a plantearte si la leíste bien o si emitiste un juicio demasiado precipitado.
He intentado buscar en esta segunda lectura los motivos que me condujeron a tacharla de aburrida e insípida pero me ha resultado difícil. Lo único que puedo alegar en su contra es que al ser una novela extensa y con demasiados personajes de nombres parecidos puede confundir al lector si no está excesivamente concentrado o predispuesto a entenderlo todo. Aun así el estilo de Gabriel García Márquez se caracteriza por su sencillez y accesibilidad.
Cien años de soledad es la historia de la fundación de Macondo, lugar que podría identificarse con cualquier ciudad latinoamericana. A lo largo de la novela, Macondo sufre grandes transformaciones promovidas por la industrialización y el auge económico que se concreta en la llegada del ferrocarril o por pestes, lluvias torrenciales y vientos que acaban arrasándola. En el transcurso de su historia contabilizado en un periodo de 100 años, se narran las vidas de los personajes de toda una estirpe, la familia de los Buendía. De generación en generación se cometen los mismos errores y se sienten las mismas pasiones, arrebatos, locuras, fracasos, decepciones y por supuesto ese sentimiento inherente a la raza humana que es la soledad.
La novela, cuyo narrador es el sabio Melquíades, simplemente cuenta la historia de la humanidad en sí, en la que a pesar de haber sufrido guerras, haber pasado por estrecheces económicas o por amores imposibles y desequilibrados se sigue reincidiendo siempre en lo mismo.
El final, que dice:
La ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad.
puede resultar ambiguo.
Una buena lectora amiga mía lo calificaba de pesimista porque el autor no daba pie a una segunda oportunidad en la que cambiar el transcurso de los acontecimientos y remedar los errores. Yo sin embargo lo sentí optimista ya que era irrepetible una estirpe tan torpe, terca, impregnada de soledad y reincidente y circular en sus errores.
Pero creo que habrá muchas interpretaciones del final o de la obra entera...

5/21/2008

Titulitis

La enfermedad más extendida y contagiosa que amenaza a la población actual, sobre todo de edades comprendidas entre los 18 y 30 años es la comúnmente denominada: titulitis.
Sus síntomas son inconfundibles: ansiedad, aparición de canas provocadas por el estrés y cerramiento de la mente ofuscada y obcecada en el simple objetivo de conseguir títulos.
Como la obesidad, la titulitis es producto de la sociedad abusiva en la que vivimos basada en el exceso y las no limitaciones. Comer es una necesidad pero no hay que hacerlo de manera descomedida, sin orden ni concierto y sin un criterio electivo. De igual manera sucede con los títulos. Es necesario tener uno, sea el graduado escolar, el de bachiller o el universitario pero hay que dosificar nuestras energías y contener nuestras ambiciones de obtener más y más papeles que no significan nada.
Nuestra formación se ha reducido a ese deseo por alcanzar títulos olvidándonos del placer de aprender. Nos ciega el estúpido fin sin aprovechar el transcurso del proceso.
Ya vale de agobiarnos con certificados de cursos de idiomas, congresos, prácticas en empresas, conferencias… porque si no enfermaremos y padeceremos la no tan temida pero sin lugar a duda peligrosa, titulitis.
Pero ¡cuidado! tampoco hay que volvernos anoréxicos por miedo a la obesidad. No hay que comer estrictamente lo necesario y olvidarnos del placer de un dulce. Necesitamos títulos para nuestra inserción laboral o para sentirnos recompensados por nuestros esfuerzos en determinados momentos. Al fin y al cabo todos sabemos que la aparición de un michelín es signo de progreso y felicidad.

5/18/2008

Primer contacto con Roberto Arlt

Roberto Arlt es un escritor argentino nacido un año después que Jorge Luis Borges. La mayoría de sus obras se publicaron en los años veinte, al igual que las de su contemporáneo, pero no alcanzaron la fama internacional de las de éste.
Ojeando las librerías de Corrientes encontraba siempre el mismo libro: El juguete rabioso, su primera novela, pero hasta esta semana no la había leído.
Art es considerado como el iniciador del realismo crítico-urbano, cuyo principal representante es Juan Carlos Onetti. Este uruguayo es su más fiel admirador y considera que Arlt rompió la idea de estilo, propagada por los modernistas, adscribiéndose así al movimiento vanguardista.
Sus novelas tratan de los problemas de la subjetividad moderna centrándose sobre todo en las clases bajas y sus miserias, ya que él residía en Boedo, uno de los barrios pobres de inmigrantes de Buenos Aires.
Se le ha tachado de mal escritor y de duro por sus temas pero yo no veo ni lo uno ni lo otro. Como escritor su estilo resulta interesante por la cantidad de registros que incluye además de por introducir una gran cantidad de términos del lunfardo y de otras jergas. En cuanto a la dureza de sus obras tampoco la reconozco porque si bien trata sobre vidas violentas, delincuencia y pobreza, establece una distancia respecto al lector que impide que éste se sienta identificado.
Aún así para tratar los temas de forma, no mal escrita, sino fluida y sencilla y sentirnos identificados o afectados con lo que leemos, recomiendo no a este argentino sino al salvadoreño Manlio Argueta, pero de él ya hablaremos en otra ocasión.

5/10/2008

Borges y el saber

Cuanto más sabes, más sientes que no sabes y más necesitas saber. Por eso Sócrates dijo aquella máxima de “yo sólo se que no se nada”.
Por eso los relatos de Borges hablan de lo inabarcable del conocimiento.
Cada relato borgiano es una fuente de saber, una muestra de erudición y de un pensamiento sólido y fundamentado. Sus cuentos se caracterizan por la intertextualidad y por las continuas referencias a figuras históricas, políticas, literarias o de otras disciplinas y ámbitos como por ejemplo la música.
A un lector de nivel medio como yo, cuando lee sus relatos o incluso alguno de sus poemas, se le escapan muchas cosas y siente la necesidad de leerlo de nuevo. Sucede como cuando uno lee El Quijote y años después lo relee siendo capaz de sacarle mucho más jugo. Además, la ambigüedad de sus textos, inscritos en la corriente del realismo fantástico, da lugar a un sinfín de interpretaciones.
Cuentos como El Aleph o La biblioteca de Babel no tienen caducidad, entre otras cosas porque interpelan al lector incitándolo a adoptar una posición o simplemente a reflexionar. Y en eso reside también su interés, condensado en la locución latina: cogito ergo sum. Si pienso, existo y si Borges me hace pensar, también me hace sentir que estoy vivo.
Resulta paradójico que sea Jorge Luis Borges, escritor de una universalidad y un acervo cultural inmenso, quien nos hable de las limitaciones del lenguaje y del conocimiento humano. Será probablemente por eso de que cuanto más sabes, más sientes que no sabes y más consciente eres de que no puedes saberlo todo.

5/04/2008

Soldados de Salamina

El best-seller Soldados de Salamina del escritor y profesor universitario Javier Cercas fue un libro que me encontré por casualidad una tarde de domingo de esas que uno dedica a la lectura de los periódicos o de alguna novelilla liviana.
Era un libro sonado que había tenido mucho éxito y aunque no suelo leer ese tipo de libros sentía curiosidad. Además había sido llevado al cine por David Trueba.
No me meteré con la película porque no tengo conocimientos ni capacidad crítica cinematográfica suficientes como para hacerlo, aunque no hay que ser muy ávido para percatarse de que los actores son malísimos, pero sí con el libro y en concreto, con su estructura y su temática.
Una de las ventajas de este libro es que su tema resulta bastante atractivo. Cuenta la historia del fusilamiento de Rafael Sánchez Mazas, uno de los fundadores de la falange, desde una perspectiva histórica, según su autor, alejada de cualquier ficción novelística. Sin profundizar en la veracidad de los hechos o en si su visión imparcial conlleva un posicionamiento, lo que está claro es que el tema principal, es decir, la historia de guerra, queda diluida por las historias frívolas semi-autobiográficas del escritor. Cuenta sin gracia su desaliento como escritor fracasado que no publica nada y que ya no sabe de lo que escribir; sus historias sexuales y amorosas, tras un divorcio, con una vulgar pitonisa alejada del intelectualismo al que él supuestamente pertenece y para divertir (o desesperar) también hace partícipe al lector de sus intuiciones y posibles hipótesis resolutivas de la historia. Así que si el libro se compone más o menos de 250 páginas, las únicas que se pueden disfrutar por ser historietas de guerra como las que nos contaban nuestros abuelos, son aproximadamente 50.
Tiene una estructura bastante desequilibrada. Utiliza unas 100 páginas para ubicarnos y situarnos a modo de introducción (¿?) que resultan ser ¡casi la mitad del libro!, 50 páginas que dedica a la historia en sí y por último otras 100 páginas en las que tenemos que sufrir sus infantiles juegos de investigador y detective que quiere averiguar el paradero y la identidad del soldado que no fusiló a Rafael Sánchez Mazas, algo que es totalmente intrascendente en la narración e irrelevante hoy en día.
Me propuse no acabar el libro una vez terminada la historia de 50 páginas, ya que con la "breve" introducción ya había tenido bastante, pero no pude. Necesitaba ver si al final se dilucidaba algo o si de repente el escritor confesaba la inutilidad de sus juegos. Quizás más que necesitar, esperaba con ingenuidad que algo que tanto éxito había alcanzado tuviese un buen final, pero no debía de serlo porque ya casi ni lo recuerdo.