De mañanita
Una pizca de luz se entromete entre mis ojos que perezosamente se ven obligados a abrirse. Como cada mañana miro el despertador entre las legañas y...¡desastre, me he vuelto a dormir!. Los párpados se separan de sopetón y doy un brinco saltando de la cama.
Mis responsables compañeras de piso estarán ya por la segunda clase del día -pienso mientras rebusco en el montón de ropa acumulada en el armario. Toda la ropa está sucia y no hay manera de encontrar algo de manga larga. Hace frío y por no perder tiempo me pongo la misma ropa de ayer por la noche. Todavía está impregnada de un olor a tabaco y sudor mezclado, fabuloso para empezar un día ordenadamente...
Tercer paso, voy a la cocina...la cena de ayer y la comida no las fregué... junto a las sartenes y los platos se acumulan las tazas del desayuno de mis compañeras que parecen gritar manifestando el deseo rencoroso de que me toca limpiarlas a mí... No me da tiempo, si no perderé la siguiente clase.
Las tripas me rugen y de alguna manera hay que acallarlas o me desconcentrarán sin que pueda mantener la atención de lo que dice el profesor...y más si no es interesante...
Fabuloso... se me olvidó meter el tetrabrik de leche a la nevera y no puedo tomarme los cereales con leche del tiempo, da igual la temperatura externa, la leche tiene que estar helada para poder saborear con gusto los cereales matutinos. Dudo por un momento en robarles un poco de leche a mis compañeras...puagh, pero es desnatada desnatada... para eso me los tomo con agua... Me echo las culpas de mis exigencias y vicios y me resigno a robarles ante la imposibilidad de pensar una alternativa mejor en esos momentos. Cuando voy a echar los cereales en el tazón caen dos pasas y unos cinco copos de avena exactamente. Hago memoria y efectivamente ayer se me olvidó que había que reponerlos...¿se los quito también a mis compañeras?. No, mi conciencia no me lo permite ya que fui yo la que decidí hacerme la independiente y autosuficiente...¡ajá! solución...abandono la idea de desayunar cereales y recurro a una caja de galletas revenidas que tengo desde las navidades pasadas. Me las regaló mi abuela como cada año y todavía no me he sentido capaz de decirle que las detesto. No hay que romper las tradiciones... bueno... al menos me darán energía para soportar la clase de diacronía.
Buscando los libros de clase...retiro de todos los rincones de mi cuarto ropa, restos de la cena de anoche, apuntes de clase manchados de café, pañuelos de papel usados ... pero nada, se me resisten. Me resigno y decido que no importan los libros, me las apañaré escuchando (si es que no tengo que ir corriendo al baño...las galletas no me han sentado muy bien...). Salgo corriendo de casa (todos los procesos anteriores los he intentado hacer rápido) y doy un portazo. ¡Zas! Efectivamente... se me han olvidado las llaves de casa. ¡Bien! Tendré que esperar hasta las tres a que vengan mis compañeras a comer aunque no sé con certeza si comerán en la uni porque es lunes y creo que tienen prácticas...
No es momento de lamentarse...ya pensaré después, salgo corriendo, el portero se ha ido a fumar un cigarro y no me abre la puerta...una vecina sale y la atravieso detrás de ella. Con la cara pálida, ojeras de sueño, sin peinarme, con mi singular hedor y la mochila abierta mientras me peleo con ella para cerrarla, me topo con un obrero que está trabajando desde las seis de la mañana. Se va a almorzar, me silba y me grita: ¡dichosos los ojos que ven tal hermosura!, el estilo hortera-moderno de su atuendo y su caballerosa frase me recuerdan que tengo clase de diacronía, sigo corriendo, pero con tal despertar ese simple piropo parece que me haya cambiado el día...