1/31/2007

La noche

Esta Noche no tiene ese sentido placentero de descanso o de pasión, no hay tranquilidad ni goce alguno, son sólo sus aspectos negativos los que relucen. Se nos cuenta la frialdad y la oscuridad de una noche que se hará eterna.
La Noche es una novela autobiográfica escrita por Eliezer Wiesel, un periodista rumano que sobrevivió a los campos de concentración nazis. En 1986 recibió el premio Nobel de la Paz.
Como cualquier novela que trate sobre los campos de exterminio y sobre las atrocidades que se cometieron en aquella época nos traslada a un ambiente de horror y de inhumana existencia.
Los tratamientos que recibieron todas las víctimas del Holocausto y aquellos afortunados (o quizás no tanto...) supervivientes siguen impactándonos cuando los leemos. En realidad nos parece que nos cuentan una historia más, que es un libro de ficción o de terror pero que eso no ocurrió en la vida real. Cuando nos damos cuenta de que eso sucedió, de que nos relatan vidas y no personajes literarios y que encima no fue hace mucho tiempo, cuando nuestros abuelos o padres vivían, un escalofrío nos recorre todo el cuerpo. Hace menos de sesenta años, en una Europa civilizada y desarrollada se produjo un intento de exterminar a la raza judía y a todo aquel oponente al régimen que se cruzase por el camino.
Todos hemos leído algún testimonio, lo hemos estudiado en historia o nos han contado cómo eran los campos de concentración, e incluso algún afortunado los ha visitado pero no hay que hacer la vista gorda ni pasar por alto lo ocurrido.
Auswitch, Birkenau, Buna... son nombres que no hay que olvidar. No hay que martirizarse con el dolor de otros, ni sufrir constantemente por las penas de este mundo pero sí ser conscientes de que existen y de que gente como Eliezer Wiesel vivió en un verdadero infierno en el que podríamos en un futuro vivir nosotros. Esperemos que no pero precisamente por eso, para evitar algo así o quién sabe, quizás peor, debemos conocer y gastar un poco de nuestro tiempo en leer novelas como ésta aunque no nos provoquen risas, disfrute o no nos hagan pasar un buen rato.

1/30/2007

Guillen-es

Si bien existen cantidad de literatos, filólogos, escritores y en definitiva figuras importantes en el ámbito que nos concierne, es decir, el de la lengua y la literatura, nunca es tarde para conocer a uno más aunque sea con motivo de su muerte.
Ayer murió Claudio Guillén y la noticia aparecía en todas las páginas de cultura de los periódicos y diarios españoles. Al enterarme de su muerte me quedé pensativa ya que su apellido me resultaba claramente familiar. Poniéndome a la tarea de la búsqueda recordé y encontré a varios “Guillén” que cabe mencionar.
Por un lado tenemos al poeta cubano Nicolás Guillén. Había leído un par de poemas suyos a raíz de las recomendaciones de un amigo y al oír este apellido pensé que podría ser el fallecido. Pero este escritor revolucionario descansa en paz desde 1989 así que no podía ser él.
Estrujando mi cabeza me vino a la memoria otro poeta más conocido en el panorama nacional: Jorge Guillén. Este escritor formó parte de la llamada Generación del 27 compuesta por grandes escritores y poetas españoles del siglo XX. Nacido en Valladolid mantuvo una buena amistad con el escritor Pedro Salinas al que sustituyó en su puesto como lector de español en La Sorbona. Y es curiosamente en ese período, concretamente en el año 1924 cuando nace en París otro Guillén, al que el mencionado poeta le pondrá el nombre de Claudio.
De este modo encontramos que existía un vínculo estrecho entre el gran poeta y el causante de la noticia, nada más y nada menos que una relación paternal.
Claudio Guillén siguió el mismo camino que su padre y atraído por la lengua y la literatura se especializó en el campo de la literatura comparada. En el año 2002 ingresó en la Real Academia Española y ayer mismo, 27 de Enero del 2007 falleció en Madrid.
Si desconocíamos la existencia de este honorable académico y filólogo español, al menos su muerte nos ha inducido a aclarar las confusiones de identidad que nos sugería su apellido.
La próxima vez que aparezca un Guillén (valga la metonimia) entre nuestros libros sabremos que puede pertenecer a uno de estos tres escritores, o quién sabe, quizá vengan más literatos importantes en futuras generaciones...

1/17/2007

A modo de diario

Es tal la sonrisa que se dibuja en mi cara que no puedo acallar esos gusanillos de emoción que recorren mi cuerpo y siento la necesidad inmediata de contar las fabulosas dos horas que he pasado esta tarde.
Un seminario: un singular grupo de personas se une para hablar de un gran autor, Dostoievski y una de sus novelas más complejas: El idiota.
Comienza la tarde con una exposición de dos miembros del grupo. Dos chicas jóvenes exponen un trabajo de comparación explicando las posibles conexiones con la novela La dama de las camelias de Alejandro Dumas. Nos regalan una meticulosa investigación con citas pertinentes de ambos libros e incluso alguna que otra mención a otros autores y obras literarias.
Comienza el debate. Hoy no existe ninguna voz cantante, el papel principal no reside en uno sino que cuatro o cinco adultos comentan sus observaciones estableciendo un ritmo curioso: momentos de monólogos exquisitamente argumentados y momentos de ágiles pero densos diálogos.
Más tarde interviene otro joven que nos deja estupefactos. Extiende sobre la mesa unos rollos. La curiosidad nos corroe. Para entender la trama de una forma más precisa, para situar una historia en su contexto o simplemente movido por su insaciable curiosidad había buscado en internet unos planos de St Petersburgo con todas las calles citadas en la novela situando incluso el lugar concreto donde se encontraban algunas de las casas donde acaecían importantes acontecimientos.
Por último, otro partícipe distinto relata ordenadamente los sucesos ocurridos en capítulos anteriores recogidos en una relectura personal que nos aclara ciertos hilos que parecían sueltos.
Entre debate y debate cada uno de estos miembros sin darse importancia alguna comparte los frutos de sus reflexiones, conocimientos o investigaciones.
Pierdo la conciencia del tiempo y por lo visto no soy la única, las dos horas convenidas se han extendido a tres. Debemos irnos y queda tanto por decir...pero a la vez las ganas de devorar los siguientes capítulos a comentar me empujan a moverme del sitio. Nos levantamos y el grupo se dispersa, unos se sonríen, otros se despiden y algunos de vínculos más íntimos continúan alimentando su relación yendo a tomarse un café.
Bajo con tres en el ascensor. Mencionan una novela y los tres coinciden en su entusiasmo, uno me mira y me pregunta si la he leído. -No-, contesto. -Pues esta es tu oportunidad-, me dice. En ese mismo instante y con la incomodidad añadida de la estrechez del ascensor abre la cremallera de su cartera y saca la obra. -Como eran baratos había comprado dos por si alguien lo necesitaba, ¡tómalo!-.
Ya no sé qué decir. El obsequio de un libro es la gota que colma el vaso y el final feliz que concluye mi inesperada tarde. Y pensar que horas antes me planteaba no ir por atender mis estudios...

1/14/2007

¿Lugar de estudio?

Justificando mi ausencia tras una larga pausa vacacional y una corta semana de intensos quehaceres post-navideños contaré un poco los transformados lugares que he frecuentado estos días.
Desde octubre, mes en el que comienza la universidad, visitamos la biblioteca de humanidades un par de veces, más que nada para consultar un par de diccionarios extensos o tratados críticos y literarios específicos, o para coger prestados algunos libros obligatorios que debamos leer y que no nos apetezca comprar. Nunca hay nadie (en el sentido más literal de esta doble negación). Las salas se muestran frías, tranquilas, quizás no muy acogedoras para el estudio por su mobiliario pero silenciosas y en calma. Son un lugar propicio para el estudio pero pocos se aprovechan de su utilidad.
Pero estos días, después de las navidades y en vista de la llegada del periodo de exámenes, visité mi biblioteca y aquello parecía otro lugar. Masas de jóvenes ocupaban los escalones de la entrada mientras disfrutaban de la pausa con un cigarillo y hablaban de sus estreses académicos, las grandes mesas de tonos grises y melancólicos estaban repletas de apuntes, fosforitos, rotuladores de todos los colores, envoltorios de chicles y botellas de agua y a parte de la dificultad de encontrar un espacio donde amoldarme a ese supuesto “ambiente de estudio” ¡¡tenía que hacer cola para ir al baño!!.
Es realmente sorprendente cómo cambia un lugar de unas épocas a otras y cómo de un espacio sosegado, silencioso y frío se puede pasar a un calor humano espantoso (con sus consecuentes olores totalmente incómodos para la concentración en el estudio) y a un continuo movimiento de sillas, de gente que habla, que se ríe y que le llaman por teléfono contestando, claro está, sin miramientos y con un desparpajo totalmente irrespetuoso con la minoría que pretende estudiar.
La biblioteca ha pasado de ser un lugar abandonado a un punto de encuentro. Si quieres tontear o incluso buscar novio, pasar un buen rato con los amigos de una forma solidaria contándoos vuestras penas y sufrimientos por la dificultad de vuestras materias y además tener la conciencia tranquila porque has estado toda la tarde estudiando, es decir, en un supuesto lugar de estudio, sin lugar a duda acude a la biblioteca.
Y si no, también puedes hacer un estudio psicológico y etnográfico de toda esa chusma y de las mentes perdidas que se intercalan entre todo ese tropel de cabezas vacías.

1/08/2007

¡Sal de tu culpable minoría de edad!

Para volver a la actividad académica y universitaria tras unas más o menos relajadas navidades (como dice el chiste: ¿las navidades “bien” o “en familia”? ) escribiré una especie de recordatorio para aquellos, en su mayoría jóvenes, que a veces, dejándose llevar por las facilidades que nos ofrecen y prolongando la época de la infancia lo máximo posible, adquieren una posición muy comodona ante la vida negándose a salir de la minoría de edad.
Es más sencillo dejarse arrastrar por la corriente, no plantearse nada o ante la duda, que decidan otros por nosotros (por ejemplo, nuestros padres). Nuestra generación ha crecido con todos los medios y facilidades posibles. Disponemos de bibliotecas públicas con libros de todas las ideologías, sabemos utilizar una fuente de información extensísima como es internet y además podemos acceder a ella fácilmente y por si fuera poco, la libertad para hablar sobre cualquier tema sin tabú alguno está al alcance de nuestras manos.
Pero según vamos entrando en contacto con las polémicas suscitadas en cuestiones políticas, económicas, sociales... y según tenemos que ir tomando decisiones determinantes para nuestro futuro se apodera de nosotros un fantasma que nos aturde, nos minimiza y nos hace sentirnos como un bebe indefenso e incapaz de posicionarse o de decidir por sí mismo. Algunos se agarran de la primera mano que ven sin pensar, ya que buscan ante todo y desesperadamente protección paternal pero otros, ante tal abundancia de manos, prefieren ocultarse bajo la sábana y miran aterrados asomando tímidamente los ojos para observar el panorama tan complejo que se les avecina.
En la década de los veinte y cada vez más también en los treinta todavía no hemos salido de la minoría de edad. No hemos seguido la máxima latina del Sapere Aude, o si lo hemos hecho, ha sido bajo un velo pasional y superficial que no implique un posicionamiento ni un mínimo razonamiento.
Es más fácil sentirse culpable y arremeter contra el sistema educativo que hemos recibido o contra la sociedad o generación en la que hemos vivido. Obviamente todo influye pero ya es hora de que no caminemos cabizbajos o a trompicones y usemos nuestra razón escuchando el eco de la voz del viejo clarín que exclama: ¡atrévete a saber! ¡sal de tu culpable minoría de edad!.